lunes, 27 de septiembre de 2010

Hasta que fuimos vencidas por el sueño, la charla con la nueva Adriana terminó en desvelo y cuchicheo nocturno.

Cuando apenas los rayos de sol asoman por esas viejas persianas, dos enfermeras entraron en nuestras habitaciones irrumpiendo el sacro silencio matutino. Abrieron de par en par cada ventana y la puerta, para que la privacidad huya despavorida.
Dejaron el desayuno y continuaron con su rutina.

Poco me importó, me escondí debajo de mi almohada y seguí durmiendo.

No sé cuanto tiempo pasó, pero mientras que me encontraba boca abajo escapando de la luz, enroscada en gruesas sábanas blancas, una mano fina y fría acariciaba mi pierna muy suavemente.

De repente esa especie de crema que me estaba untando casi hasta la ingle de arriba hacia abajo comenzó a quemar.

-Tranquila, cariño, no te des vuelta. – dijo una voz femenina y a decir verdad me pareció familiar. Pero eran días que me parecía conocer a personas y después todos teníamos diferentes versiones. Así que seguí disfrutando de aquel placer.

-Muy bien la recuperación, ahora date la vuelta que quiero ver tu rodilla.- dijo ella.
-Ohhhhhhhhhhh!!!! Cuando la vi. Sí, era familiar su voz y ella, aunque llevaba un guardapolvo blanco, ¿será un complot?, me pregunté. De repente uno entra al hospital y todos son médicos y enfermeros.
-Cariño, ni que hubieras visto un fantasma. Mi nombre es Rebeca, soy tu quinesióloga.
-Sí, lo sé, tú eres Rebeca, has venido a explicarme todo ¿no?
-Sí, claro, te estas recuperando de un disparo en el muslo derecho, no has perdido ni movilidad ni sensibilidad, puedes estar tranquila. Mañana comenzaremos con ejercicios.

En ese momento llegaron los médicos y también llegó él con un ramo de margaritas, mis preferidas.

Esta vez no pudo escapar y contestó a todas mis preguntas.

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